Armando López
Y ella seguía en mi closet. Escondida. Guardada para no verla; para imaginarme que no existe.
Tres meses ya lleva en mi closet. Y a veces por las noches mientras sueño, sus olores nauseabundos me despiertan. Todo se ha vuelto tan ridículo.
Pero hasta eso la situación ha mejorado. Antes era peor. Sus gritos eran peores que los ronquidos de mi madre. Asustado: después de una pesadilla llegaba a su cama; y para qué: para que sus ronquidos me desquiciaran. Claro que había un monstruo, pero no bajo mi cama; estaba en su garganta. En fin, eso ya no importa. No hay ronquidos ni gritos, todo es calma. Pero si hay olores, pensé que me acostumbraría, pero es intolerable. ¡Hasta mi ropa huele a muerto! Realmente fue una decisión tonta. Mis vecinos empiezan a sospechar, incluso mis compañeros de trabajo. Ayer nada más; subí las escaleras ¿y para qué? Para encontrar las puertas de mi departamento abiertas. Claro, la portera llamó a la compañía de gas reportando una fuga, al menos eso dijo cuando me vio. Vieja loca, qué sabe ella de fugas de gas.
En fin, creo que mi decisión de esconderla no fue muy buena. La escondí para no verla, para olvidarla; para olvidarme de que existe. Pero ahí sigue, escondida. He planeado sacarla de mi casa, pero la gente se daría cuenta. ¡Ya me imagino los chismes! Ja, como si ellos no arrumbaran las cosas que olvidan; es más, luego ni las meten al closet, a veces las tiran a la basura o a veces nada más las avientan a un rincón.
En fin, no sé que me imaginé cuando lo hice; yo que la quiero olvidar, y ella que me obliga a recordarla.
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