Armando López
Mucho tiempo después, todavía el sabor a sangre permanecía en mi boca; su sal. Las brujas de nuevo me golpearon, y cada vez estaba más muerto. Volví a imaginarme su voz en el espejo pero estaba solo.
- Mátame de una vez.
- Yo no quiero matarte. Te amo.
Metió su veneno en mi cuerpo. Se robó mi alma.
- Mátame de una vez.
- Te amo. No quiero matarte. ¿No lo entiendes?
Amanecí muerto, y el sabor a sangre todavía permanecía en mi boca. Las brujas volvieron a golpearme, y ella ya no estaba. Imagine su voz. Imagine Ella, pero ya no estaba.
- ¿Para qué me hiciste esto? Pensé que me amabas
- Para pasar el rato. Claro que te amé.
Por segunda noche consecutiva la recordé. Las navajas bailan sobre mis venas. Acuéstate conmigo. Mátame. Mátame. Mátame. Ojalá estuviera vivo para que me pudieras matar de nuevo. Mátame con tu cara y mátame con tus ojos y con tu cuerpo y con tus senos y tus labios y tu voz y tu sexo y haz que mi sangre me abandone y róbame los suspiros en tu aliento y amamántame con muerte. Cástrame y libérame de mí. Mátame. Te necesito. Te necesito. Mete las manos en mi cuerpo y desolla mis entrañas. Tortúrame. Hazme creer que me amas y Mátame. Sácame los ojos. Mátame Mátame. Mátame con tu olor y con tus besos, pero no me mates. No me dejes solo. Mátame y no dejes de matarme. Mátame y no dejes de matarme. Mátame y no dejes de Matarme.
Los dos brujos se encontraron de nuevo, y uno está vencido. El bueno murió. Ella nació sin himen. Y no importa cuanto lucho. El bueno perdió. El malo le metió la mano entre las piernas y la hizo sangrar de la vagina con sus uñas mientras ella gemía disfrutando y estallaba en orgasmos. El brujo bueno se alejó. No pudo más. No tuvo tanto poder como el malo. Se alejó y se cortó el pene, y se cortó las manos y se cortó los párpados y lloró sangre para siempre.
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