Armando López
El seis de enero llegó, y con la mañana los juguetes.
Dormí la noche anterior; lo recuerdo como si ahora mismo lo viviera. Dormí la noche anterior con gran inquietud. Por fin vería coronados todos mis esfuerzos de un año. Buenas calificaciones, tareas, tardes que no salí a jugar, sacrificios gigantescos para mí. Tal vez por eso ahora vivo desencantado; gris y sin esperanza. Estaba tan cerca. Todo el año, que para entonces me parecía eterno, comulgué cada domingo y recé mucho. Día tras día siendo bueno en un año eterno, no como ahora que la monotonía hace que la vida se me vaya más deprisa, cada vez más. Los años ahora pasan tan pronto; las fechas ya no cambian nada.
- Duérmete ya, que los Reyes no llegarán hasta que estés bien dormido.
Así que cerré mis ojos y entre esas imágenes que casi podía tocar, la cabeza me daba vueltas. Triciclo azul. Mira Pa, este es el Triciclo. Ya casi lo tenía, casi lo podía tocar; y de tanto imaginarme que dormía me dormí. Llegaron los Reyes. Desperté de un salto, caminé descalzo sobre el frío mosaico, llegué al árbol, y ahí estaba, atrás de mi zapato de goma negro, justo delante del nacimiento. Apenas conteniendo mi alegría monté mi Triciclo azul, porque ahora era mío; no como tantas veces que lo vi horas enteras, a través del vidrio de la juguetería. ¡Ahora era mío, sólo mío! Y mi trabajo me había costado, pero era mío y nadie me lo quitaría ni me diría que no lo tocara, como tantas veces la señorita vendedora lo hizo.
Me monté en él y comencé a pedalear pero... algo malo le pasaba, tal vez un defecto de fabricación; porque por más que pedaleaba y pedaleaba mi triciclo azul no caminaba. Sí que pasaba algo raro, y dejó de pasar cuando desperté de un salto, caminé descalzo sobre el frío mosaico, llegué al árbol, y ahí estaba, atrás de mi zapato de goma negro, justo delante del nacimiento. Apenas conteniendo mi tristeza me acerqué a los luchadores de plástico y lloré. Y la rabia que sentía mojó mi cara mientras mi Padre me abrazaba con sus lágrimas cautivas, y yo me deshacía entre sollozos anárquicamente cortados por el llanto.
Ese día no supe por qué lloró mi Padre; de eso creí darme cuenta cuando me enteré de que los Reyes Magos no existen.
Ahora oigo a mis hijos en su habitación fingir que duermen, y yo me oigo fingir que no recuerdo.
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