Selección de prosa de
Jorge Braña
¿Quién soy? 


© Jorge A. Braña
Manuscrito inédito

N. Jersey, USA, 2002

Los Conectados

Jorge Braña


Mensaje Breve

 

 

 

Querida Isabel,

  

Es la tercera vez que comienzo esta carta, no sabes cuánto me gustaría que estuvieses aquí conmigo…

 Se me caen las lágrimas cada vez que trato de escribir todo lo que me ha pasado esta semana.  Pero tengo que compartirlo, no puedo guardármelo más.  Y prefiero contártelo en una carta, el correo electrónico es, no sé… quiero que sujetes la tinta de mis palabras en tus manos. 

 ¡Encontré la tumba de mis padres! – ¡Sí, sí, has leído bien!

 Y en forma tan inesperada.  Piensa que hace dos días buscaba apenas algún rastro, otra pequeña pieza del rompecabezas, algo, no sé, indefinido… no estaba preparado para la terrible y a la vez extraordinaria verdad con la que me encontré.

 Bueno, no es precisamente una tumba, es sólo un pedazo de tierra en el medio de la nada, marcada por dos toscas cruces de piedra.  Pero el lugar es un campo abierto al interior de un bosque de alerces, y tiene un misterioso encanto, bello, apartado, salvaje y a la vez… no sabes cómo se me apretó el pecho al ver las dos cruces allí… ah, tengo tanto que contarte y se me atragantan las palabras.

 Me siento preso de sentimientos contradictorios, de alegría y rabia, de ganas de agradecer al destino por mostrarme mi origen y también maldecirlo por la crueldad con que cambió la suerte de mis padres.  Estoy confuso, no sé muy bien cómo tomar todo esto… te necesito.  Ven, amor, aunque sea por el fin de semana.  Quiero sentir tu abrazo aquí en el sur, donde milagrosamente comenzó mi vida, contra toda probabilidad, contra toda lógica. 

 No entraré en mucho detalle, tan sólo un mensaje breve para desahogarme y convencerte de que te necesito a mi lado.  Los detalles los iremos descubriendo juntos.

 ¿Te acuerdas de Matías, el viejo amigo de mi madre que te envió un mensaje respondiendo a tu aviso en el Internet?  No vas a creerlo, pero, ¡ya nos habíamos encontrado en Canadá!  Sin tener idea de quiénes éramos, del hilo que nos unía (te das cuenta cuántas coincidencias en mi vida, cuántas pistas me ha tirado el destino…); pero ya te contaré, no quiero irme por las ramas.  A punta de correo electrónico y mensajes en mi buzón de voz me fue guiando hacia el lugar en Chiloé donde vio a mis padres por última vez, antes de que desaparecieran.  Después de indagar durante tres días en la zona sin éxito alguno, me encontré por casualidad con un pescador que resultó ser  – ¿estás sentada? – testigo ocular de… de… no sé ni cómo decírtelo… de la muerte de mis padres… de mi nacimiento…  ¡Ay Isabel, si supieras!  Te ruego que vengas, hay detalles que deben contarse en persona.

Pablo Astorga, su nombre.  Un tipo simpático, sencillo, un tanto parco, y desgraciadamente, muy supersticioso.  Porque su relato estuvo poblado de mitología local: me habló del Trauco, la Fiura, la Voladora, los cantos premonitorios de algunos pájaros, todo mezclado con lo que parece haber observado aquella tarde singular con sus ojos de niño.  Si me fiara de su relato, según deduzco, yo vendría siendo hijo del Trauco, ese misterioso y temible personaje de la mitología del sur de Chile, que se supone deja embarazada a las mujeres que se descuidan – ¡te imaginas!–.  Pero gracias a su superstición se mantuvieron las cruces en su lugar, cuidadas por él mismo.  ¡Casi me muero al verlas!  Me senté junto a ellas y lloré un rato largo.  Pablo me miraba confundido, pero guardó silencio, respetuosamente. 

 (Ya mojé el papel de nuevo, soy un llorón, un caso perdido…).

Al día siguiente me encontré con su hermana Juana, en Valdivia. Es parvularia en un jardín infantil cerca del centro.  Juana es una mujer sensata, llena de vida, apasionada por su trabajo.  Ella estaba con Pablo aquel día – también fue testigo – y siendo un poco mayor y menos supersticiosa, su narración me pareció mucho más aterrizada.

Eran apenas unos mocosos, y aunque se han olvidado de algunos detalles, quedaron tan impresionados que se acuerdan claramente de lo que vieron.  He soñado con esos dos pares de ojos mirándome entre los árboles, aprehendiendo un pedazo de mi historia en sus pupilas de niños… ¡para devolvérmelo casi veinte años más tarde!

En su relato hay dos “forasteros” cavando piadosamente la fosa donde descansan mis padres, que suenan sospechosamente a quienes tú sabes.  Pero ahora ellos no tienen más excusas: te juro que los haré contarme todo.  No pueden seguir negándome una de mis verdades más importantes, el silencio ya no tiene sentido.

¡Desespero por tu presencia, si no vienes me muero!

Martín B.
Valdivia, 18 de noviembre.

PS: Te escribo desde el Entrelagos, donde me acabo de comer un crêpe de mariscos, hmm… sensacional.


A:         Martín Beauchamp <martin-b@altavista.com>

De:       Isabel < viva_isabel@yahoo.com>

Asunto: En camino…

> M--

>          ***¡Qué increíble!***

> Cómo debes estar…

> Te escribo por correo electrónico porque cuando lo leas, ya

> iré en camino.  Echo unas pilchas a la mochila y parto corriendo

> al bus.

> Amor, allá voy…

> TQ

> Isa--

> PS:  Recibí un mensaje enigmático de una tal Leona.
> Asegura que si la vamos a ver -a Córdoba, Argentina- nos contará una pila de cosas.
> Seguro que es una chiflada que nos quiere hacer una broma, ahí vemos…