Selección de prosa de
  
Jorge Braña
   ¿Quién soy?
 


 

YO SOY EL REDUCTOR

 

Cuento levemente futurista, para una noche de insomnio.

(cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, o producto de vuestra imaginación).

 

 

Después de una larga pandemia de ese virus porfiado que iba mutando de variante en variante para tratar de infectarlos, y con ello habitarlos, llegué yo, el insospechado, el implacable, el definitivo, el que amenaza con acabar con vuestra civilización, reduciendo vuestro número a unos pocos afortunados que me han de sobrevivir.  Yo soy el Reductor.

 

Lo que al otro virus le tomó tres largos años, yo lo lograré en tres meses, y será sólo el comienzo.  No sólo soy más efectivo en mi tarea, también soy más incógnito, actúo en silencio hasta que ya es demasiado tarde, los síntomas difíciles de reconocer, como ya os contaré; a vosotros, sí, especie infesta, plaga del planeta.  La peor, la más dañina, la más peligrosa. Ustedes.

 

Vuestra premura por combatir al mutante porfiado, combinada con ciertas insólitas costumbres - la injerencia de productos que no os aportan nada o casi nada fuera de una serie de riesgos - os condujo hacia mí.  Veamos las combinaciones que hicieron posible mi desarrollo:

 

 

Hay otros factores, sería largo enumerarlos todos, pero esos tres fueron los principales.

 

Me dicen el “reductor” porque opero reduciendo paulatinamente vuestros órganos, proceso que ya explicaré en detalle.  Es un nombre muy acertado, pero no por las razones que ustedes creen.  No por mi forma de operar, sino por el propósito de mi existencia: reducirlos a ustedes, aminorar esta peste que amenaza con la vida de todos los seres vivos en el planeta, para que la naturaleza tenga la posibilidad de resurgir nuevamente.  El porfiado era esencialmente egoísta, se preocupaba sólo por sí mismo, por existir, por reproducirse, por tener un hogar en vuestros cuerpos.  Ingenioso en sus mutaciones, pero limitado en sus objetivos.  Vosotros luchaste contra él con ahínco, usando máscaras, lavándose a cada rato las manos, guardando distancia entre ustedes, inventando vacunas, desordenadamente pero con dedicación y premura. Yo en cambio tengo un propósito mucho más amplio, con el implícito beneplácito de la naturaleza para llevarlo a cabo.

 

Opero, como dije, reduciendo vuestros órganos paulatinamente. No me concentro en uno solo, voy cambiando de órgano en órgano,  volviendo al inicial y recomenzando, para hacer más difícil mi detección y el desarrollo de una eventual solución por parte vuestra.  Tiendo a concentrarme en algunos de los órganos principales: el hígado, el corazón, los pulmones, el estómago, el pancreas, el bazo.  La reducción es como si me los fuera comiendo en los bordes y así achicando su tamaño, aunque eso es sólo una imagen. Sería más exacto comparar el resultado de cada reducción con la forma en que los indígenas jíbaros reducen cabezas: la cabeza está entera, con todas sus partes, pero más pequeña.  

 

Durante los primeros ciclos los órganos se adaptan y siguen funcionando con casi la misma efectividad.  Los síntomas son apenas notables: una leve picazón en el lóbulo de una oreja, ganas de escarbarse el ombligo para extraer una imaginaria basurilla que creen allí tener, despertarse con un lado de la nariz tapado en la noche, un leve aumento en el sudor de los pies y de las manos.  Nadie se anda haciendo radiografías porque le picó la oreja o se le tapó un lado de la nariz al dormir.  Es recién en la tercera ronda reductiva de los órganos nombrados cuando empiezan las pesadillas. Comienzan a soñar con arañas que caminan por el cuerpo, de patas largas y peludas, con alacranes en la cama, con ratas y guarenes subiéndose por las piernas, con miles de cucarachas garrapateando por el suelo.  Tras varias noches de pesadillas, los malestares primero, luego los dolores: mareos repetitivos, aumento de gases estomacales, constantes ganas de orinar, seguidos pronto por punzadas agudas que taconean el cuerpo por dentro, ardores como si una bala caliente estuviese depositada en los pulmones o el hígado, garras rasgando el pecho por dentro. Entonces ya es demasiado tarde para recuperarse, no hay solución médica posible, y sufren dolores tan espantosos que no queda otro remedio práctico que el suicidio o la eutanasia.  Si se empeñan en sufrirlos y aguantar, los liquido yo, con asalto final al corazón o al hígado.

 

Silente, eficaz, implacable, voy cumpliendo mi tarea: reducirlos. De esta forma se va forjando vuestro inevitable destino.

 

 


(A casa de Jorge)