Selección de prosa de
  
Jorge Braña
   ¿Quién soy?
 


 

EL “VACU”

 

 

Mariela miraba el calendario planeando sus vacaciones. Hoy es lunes 10 de enero del año 2028, pensó.  En quince días más Danielito cumplirá tres meses.  De acuerdo con las últimas normas de salud, no puede dejar su casa antes de eso.  Sumida en esos pensamientos estaba cuando escuchó la voz de la Caco.

 

“¿Escuchas hermana? Se viene acercando”.

“No, no escuché, ¿qué es?”

“Pero escucha, pone atención, es su silbato”.

 

Mariela puso atención, y sí, ahora escuchó.  No cabía duda, eran ellos, el silbido era claro.  Se acordó de las historias que le contaba su abuela.  En época de sus abuelos, habían vendedores ambulantes que pasaban vendiendo sus productos.  El lechero en las mañanas, por ejemplo.  En tiempos antiguos, venía con una gran jarra con leche y de allí la vaciaba a las botellas que la gente tenía en sus casas; más adelante, venía con botellas de leche, y si uno compraba dos, por ejemplo, debía entregar dos botellas vacías de vuelta, o de lo contrario te las cobraban, y en algunos lugares te cobraban igual o más que la leche, así es que la gente era cuidadosa con las botellas. En ese sistema las botellas se reciclaban naturalmente, sin necesidad de algún proceso especial.  Recordó a la abuela mencionar al afilador de cuchillos, que generalmente pasaba por la tarde, aunque variaba por barrio. Su silbido era potente y especial, como el de un gran pájaro salvaje, muy reconocible. Traía una rueda hecha como de piedra que hacía girar y con ella iba afilando los cuchillos de sus clientes.  También estaba el vendedor de castañas calientes. Su apariencia y su llamado a veces atemorizaban a los niños, pero su producto era sabroso.  Como ellos, había también otros.

 

“Apúrate hermana, agarra tu celular y tu carnet de identidad, que no se nos vaya a pasar, mira que pasan por este barrio sólo una vez por semana”.

 

El pito, con su inconfundible melodía identificadora, se volvió a escuchar.  Ahora incluso las voces comenzaban a sobresalir por sobre los otros ruidos de la calle y entenderse en parte.

 

  “...uuunas... serita... serito...”

 

“Ay, crestas, mi celular está casi sin batería. Caco, ¿qué hago”

“Puedes usar el mío, es cosa sólo de meterte en línea, con tu RUT y tu clave única”.

 

Las hermanas agarraron sus cédulas, la llave del departamento y se pusieron sus zapatos, y partieron al encuentro de los ambulantes. Al llegar abajo del edificio la voz ya se oía mucho más clara:

 

Vacuuunas, vacunas traigo, caserita, caserito”.

 

En la esquina ya se había formado la cola, pero no estaba tan grande todavía cuando los vacunadores llegaron con su carrito, por lo que Caco y Mariela no tuvieron que esperar mucho rato.

 

“A ver, señoritas, de a una por favor.  Tómese la temperatura, échese gel en las manos y siéntese” - le dijo la vacunadora mostrándole la silla portátil.  La Caco se sentó. Era la mayor y por costumbre tomaba el puesto adelante de su hermana.  El vacunador preparaba la inyección.  Hombre y mujer compartían sus labores, algunos días vacunando ella, otros él.

 

“¿Usted tiene experiencia en esto? - le preguntó la Caco, que era suspicaz con este tipo de cosas.

“Sí señorita”, respondió él, yo soy vacunador desde hace cuatro años ya.  Dígame, ¿cuál es la que le corresponde?

“Yo voy en la 42”, respondió la Caco, y de atrás se escuchó a Mariela gritar, “y yo en la 37”.

 

La vacunadora miró sorprendido a Mariela.  “¿Y porque está usted tan atrasada?”

 

“Bueno, es que estuve embarazada el año pasado, y tengo la tendencia a resfriarme, me la han pospuesto varias veces”.  Mariela, a pesar de ser la menor, ya era madre.

 

“No es excusa, señora.  Usted sabe que tenemos los kits recuperatorios, es cuestión de meterse en línea y agendar uno a su dirección, y el vacunador lo trae al pasar por su casa.  Ahora no lo tenemos, porque no lo pidió, y por estar tan atrás tenemos que ponerle una Fuerte Complementaria”.

 

“Ay, no, me han dicho que las Fuertes Complementarias tienen efectos secundarios.  La regla se hace abundante y más larga en las mujeres, hay personas que han tenido náuseas y escalofríos durante más de una semana, aconsejan no tener relaciones sexuales durante 30 días. Se rumorea que ha habido hasta personas que han entrado en coma”.

 

“Sí, esos efectos podrían suceder, pero es mandatorio hacerlo. Si no lo hace la tengo que reportar, y la policía sanitaria va a venir a buscarla y ponerla en aislamiento hasta que complete el kit recuperatorio, que de otra forma podría completarlo usted en su casa.  Podría estar dos meses o más en aislamiento. Y efectivamente no puede tener relaciones sexuales ni dar besos en la boca durante 30 días”.

 

Qué horror, pensó Mariela, estar encerrada con su bebé.  Le cargaba la historia de tener que ponerse la Fuerte Complementaria.

 

“Oiga, ¿y qué pasa con mi lactancia, no va a ser afectada por la Complementaria?”

”Así es. La Complementaria Simple no afecta la lactancia, pero con la Fuerte Complementaria debe dejar de amamantar por dos meses. Si no lo hace y el bebé tiene problemas, el estado podría quitárselo”.

 

Caco ya tenía puesta la 42, estaba lista. Mariela se sentó y firmó el formulario donde se estipulaba que estaba consciente de los riesgos y aceptaba inyectarse la Fuerte Complementaria.  Así lo hizo, y el vacunador la inyectó dos veces, una con la dosis 37 y otra con la Complementaria.

 

“Piense que lo hizo por su bien” - le explicó la vacunadora.  “Las dos nuevas variantes son extremadamente contagiosas, y hay una que podría dejarla paralizada”.

 

Las hermanas agradecieron, y se sentaron en la vereda a un metro de distancia de los otros vecinos que se habían vacunado, a esperar los 10 minutos de rigor, de acuerdo con el protocolo.  Después de la espera regresaron a su departamento.

 

Mariela se sentó en el balcón a beber té.  Danielito dormía plácidamente en su cuna, lo que era de esperar, porque el artefacto para monitorear el sueño del bebé, que ella portaba a toda hora, no había demostrado ninguna alarma.  Desde allí vio al carrito levantar anclas, por así decirlo, y partir hacia la próxima esquina.  Pronto se escuchó nuevamente el silbato y el típico canturreo,

 

VacuuuuunasVacuuuuunas.  Caserita, caserito, llegaron las vacunas.  Vacuuuunas traigo”.

 

Mariela los vio alejarse, a los vacunadores, con su carrito celeste, al que todos llamaban “el vacu”.

 

 

 


(A casa de Jorge)