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Monasterio


Don Eustaquio    

    

Son las 10 de la mañana y ya se empieza a sentir el "latido de la ciudad",
en la calle se escucha la sinfonía diaria de bocinas de autos, la música del
local de enfrente, la voz de los cobradores de los vehículos de transporte
público, el olor a pintura de la fábrica de al lado, el altavoz del colegio
de la otra cuadra ensayando un simulacro de sismo, también entra en escena
el infaltable afilador con su flautín que comunica su presencia y dos
borrachos dando tumbos por la acera, los cuales la gente sortea con
naturalidad (será que esos dos son parte del paisaje o ya son patrimonio de
las calles).

De pronto (y como siempre) se abre de par en par una puerta ploma,
polvorienta y aparece a paso lento pero seguro la figura de Don Eustaquio.
Se posa bajo el dintel de la puerta con las manos en la cintura como
enfrentando los rumores de la gente que más de una docena de veces lo daba
por muerto, preguntando que cuantos años tenía, pero eso era un misterio que
su familia no se mostraba interesada en revelar.


Fue por esos días que escuché conversar a mi mamá con la vecina, asegurando
que la hija mayor de Don Eustaquio, quien era médico de profesión, había
descubierto alguna manera de preservar la salud de su padre y que todas las
noches se llevaba a cabo el misterioso tratamiento.


Aquella noche recuerdo que salí a la terraza de la casa, la cual colindaba
con la de Don Eustaquio. Hacía 30 minutos que ya no se oía la música del
local de enfrente, sólo rompía el silencio el zumbido proveniente de la
fábrica. Me quedé un momento mirando la escalera de tijera que se hallaba
tendida sobre el césped y una idea empezó a tomar forma en mi cabeza, el
maldito zumbido de la fábrica aumentaba la tensión del momento, y cuando
estaba a punto de olvidarme de la idea escuché a Don Eustaquio gritar :
¡¡No carajo, ya no me jodas!! y su hija lo increpaba diciéndole:
¡Tienes que hacerlo para que no regreses al Hospital!

Entonces, recordé la conversación de mi madre con la vecina y me di cuenta
que estaba a punto de llevarse a cabo el misterioso tratamiento del que
tanto hablaban.

De manera casi automática puse la escalera junto a la pared y empecé a subir
al ritmo que subían también los latidos de mi corazón (tanto que tuve miedo
que se escucharan y delataran mi presencia). Agazapado en el último escalón
pude ver la terraza de la casa de Don Eustaquio, en medio de la oscuridad
sólo se distinguía una gran mesa de madera y un ropero viejo rodeado de un
montón de cachivaches que otorgaban al ambiente un aspecto aún mas lóbrego.
A través del ventanal que separaba la terraza de una amplia habitación pude
ver a Don Eustaquio sentado, entonces apareció su hija con una aparato que
colocó en el brazo del viejo, se colocó una especie de audífonos en los
oídos y luego de un momento de observar un marcador sentenció:
Tu presión esta alta, ponte esta capotén bajo la lengua, y además debes
tomar estos antioxidantes... y mientras sonreía añadió: "con esto vas a
rejuvenecer por lo menos 20 años..." a lo que el viejo respondió con un
sonoro: ¡calla cojuda!! y al rato atravesaron una puerta que los comunicaba hacia otra habitación.


Bajé y conté lo visto a mi madre, anteponiendo a la historia que mi pelota
había caído accidentalmente a la terraza vecina para justificar así mi
reprochable actitud, mi madre antes que reprocharme me dio una palmada en el
hombro y me dijo: ve a tu habitación que se hace tarde.


Transcurrió alrededor de una hora y recordé que había dejado la escalera
apoyada en la pared, entonces decidí bajar a poner las evidencias en su
lugar y cuando me hallaba en la escalera, vi a mi madre en el comedor, había
reunido a un grupo de amigas, en el ambiente se sentía un olor a café pasado
y en los rostros de las mujeres se notaba impaciencia y un color pálido que
contrastaba con la negrura de las tazas de café, que por momentos se llevaban
a la boca, entonces mi madre empezó a relatarles lo siguiente:


"...pude ver a Don Eustaquio, gritando puesto que se resistía a ser
amarrado en una mesa de madera, luego de lo cual se acercó su hija y le
revisó un reloj que llevaba conectado al corazón, luego le regulaba la
presión de los pulmones envolviéndolo con una capa y dándole punzadas en la
lengua, al final de todo esto lo hizo tomar a la fuerza algún tipo de óxido
diluído mientras le aseguraba que con esto sería inmortal..."


Acabado el relato de mi madre, la primera de las vecinas en salir del estado
de éxtasis aseguró que había visto al hijo menor de don Eustaquio comprando
algún tipo de mineral en polvo, la otra vecina añadió que había visto a la
esposa comprar una capa negra en una galería de la ciudad, y la tercera de
las vecinas añadió que la Doctora pronto viajaría a Cuba a comprar el
material y los instrumentos de un eminente científico recientemente
fallecido, y que había tenido fama de realizar experimentos con muertos.


Aquella noche me quedó la sensación de que en realidad Don Eustaquio se hallaba
mal, y que en verdad su hija se preocupaba por prolongarle la vida; que en
el barrio donde vivía habían personas mucho mas enfermas que él, y que
lamentablemente, mi madre era una de ellas; qué gran pena.

 


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PROSA CABALGATA POESÍA