Poesía de
Nicole Lafourcade

  

Copyright - Nicole Lafourcade

 

Nicole Lafourcade

Mendrijos

 

I

 

Manos quebradas

recovecas

buscan en la noche fría

el abrigo de una plaza

mendigándole el calor al único farol

ilumiamado.

Pero no alcanza

nunca

apenas

suficiente

para cubrir la sombra

agazapada.


 

 

II

 

El techo blanco

entre las vigas

de madera,

explorado por

una libélula

de alas

transparentes

y sus ojos.

 

 


III

 

El cielo está llorando.

La niña llueve

llenando agujeros para el barro.

Sigue con su dedo pequeñito

goteras que han venido a estrellarse

entre sus ojos y el vidrio.


 

 

IV

 

Es como hormigas recogiendo

devorando

en algún lugar dentro de ellos.

Es innombrable y duele

en su negrura de huracán.

Es silencioso y se alimenta de la nada.

Es compartido por los niños

que no vuelven a ningún lugar

a parte alguna

es acunado por la noche y sus destellos

por el frío

y sólo distraído

por tarros de basura que se ofrendan.


 

 

V

 

No hay nadie.

 

Nadie escucha tu voz

pequeña y frágil

quiere salir a colorear imágenes

razones

cantar la rana que descubrió en la tarde en el jardín.

 

Pero todos los oídos que le hablan

se han quedado afónicos

en esos murmullos que dejaron de oír.

 

No hay nadie en casa.


 

 

VI

 

Su padre la llevaba al mar

y ahí recogía su pequeña caracola marina

que aún no conocía la sal.

 

Y lejos

cada vez más lejos

la arrojaba a precipicios

de dolores

horadando con los años

la roca.


 

 

VII

 

Su cabeza no se cansa de mirar

los dedos de sus pies marcándole el camino

 

Va maravillado sintiendo que es un rey

bordando un hilo rojo

que guarda el sol de su pellejo.

 

Es la sangre que huella su destino.


 

 

VIII

 

Espejos de espejismos

de otras vidas

que no le pertenecen.

Dulzura de un breve encuentro

con lo efímero

droga gratuita de su júbilo.

 

Cada cristal

va escondiendo e hilando

pedacitos de presentes pasados

para hallar un futuro.


 

 

IX

 

Viene la sombra girando

en la oscuridad

como remolino hambriento

en desconsuelo.

 

Entra por las pupilas negras

de su cabeza abandonada

dormida

como maleza seca

y se cuela por sus sueños

recordándole que ni siquiera ahí

hay un descanso.


 

 

X

 

Son sus pasos que al subir las escaleras

van dando tumbos

por los recovecos de su propio eco

y se agrandan como ojos que la miran

desde todas las ventanas.

 

Crujen maderas adentrándose

en su bosque de sonidos

aterradores

bellos.

 

Infinitos ventanojos que no la ven.


 

 

XI

 

Va siguiendo el camino de arena

otro domingo en que comer

depende sólo de él.

Lleva como equipaje

cuarenta grados de infierno sobre sus hombros

llagando su envoltura de huesos.

 

Pero no importa.

Es el viaje de su vida

el camino que tiene corazón

el camino que lo lleva semana a semana

a esperar con sentido.

 

No sabe si llegará a tiempo de tomar

su pedacito de existencia

son demasiados los que como él van a ese encuentro.

 

Pero no importa

porque es el viaje que tiene corazón.

 

Va sobrevolando el camino de arena

degustando en su negrura

anticipadamente

esa carne caliente y fresca que se ve desde lo alto.

 

Vuela al encuentro del niño

que ha entregado el corazón.


 

 

XII

 

Se encontró al borde del camino

un pedazo de ala.

La guardó en un bolsillo

pensando que así

jamás se escaparía

el cielo que le habían prometido.

 

Al llegar a casa a mostrársela a mamá

descubrió el bolsillo roto.