I
Manos quebradas
recovecas
buscan en la noche fría
el abrigo de una plaza
mendigándole el calor al único farol
ilumiamado.
Pero no alcanza
nunca
apenas
suficiente
para cubrir la sombra
agazapada.
II
El techo blanco
entre las vigas
de madera,
explorado por
una libélula
de alas
transparentes
y sus ojos.
III
El cielo está llorando.
La niña llueve
llenando agujeros para el barro.
Sigue con su dedo pequeñito
goteras que han venido a estrellarse
entre sus ojos y el vidrio.
IV
Es como hormigas recogiendo
devorando
en algún lugar dentro de ellos.
Es innombrable y duele
en su negrura de huracán.
Es silencioso y se alimenta de la nada.
Es compartido por los niños
que no vuelven a ningún lugar
a parte alguna
es acunado por la noche y sus destellos
por el frío
y sólo distraído
por tarros de basura que se ofrendan.
V
No hay nadie.
Nadie escucha tu voz
pequeña y frágil
quiere salir a colorear imágenes
razones
cantar la rana que descubrió en la tarde en el jardín.
Pero todos los oídos que le hablan
se han quedado afónicos
en esos murmullos que dejaron de oír.
No hay nadie en casa.
VI
Su padre la llevaba al mar
y ahí recogía su pequeña caracola marina
que aún no conocía la sal.
Y lejos
cada vez más lejos
la arrojaba a precipicios
de dolores
horadando con los años
la roca.
VII
Su cabeza no se cansa de mirar
los dedos de sus pies marcándole el camino
Va maravillado sintiendo que es un rey
bordando un hilo rojo
que guarda el sol de su pellejo.
Es la sangre que huella su destino.
VIII
Espejos de espejismos
de otras vidas
que no le pertenecen.
Dulzura de un breve encuentro
con lo efímero
droga gratuita de su júbilo.
Cada cristal
va escondiendo e hilando
pedacitos de presentes pasados
para hallar un futuro.
IX
Viene la sombra girando
en la oscuridad
como remolino hambriento
en desconsuelo.
Entra por las pupilas negras
de su cabeza abandonada
dormida
como maleza seca
y se cuela por sus sueños
recordándole que ni siquiera ahí
hay un descanso.
X
Son sus pasos que al subir las escaleras
van dando tumbos
por los recovecos de su propio eco
y se agrandan como ojos que la miran
desde todas las ventanas.
Crujen maderas adentrándose
en su bosque de sonidos
aterradores
bellos.
Infinitos ventanojos que no la ven.
XI
Va siguiendo el camino de arena
otro domingo en que comer
depende sólo de él.
Lleva como equipaje
cuarenta grados de infierno sobre sus hombros
llagando su envoltura de huesos.
Pero no importa.
Es el viaje de su vida
el camino que tiene corazón
el camino que lo lleva semana a semana
a esperar con sentido.
No sabe si llegará a tiempo de tomar
su pedacito de existencia
son demasiados los que como él van a ese encuentro.
Pero no importa
porque es el viaje que tiene corazón.
Va sobrevolando el camino de arena
degustando en su negrura
anticipadamente
esa carne caliente y fresca que se ve desde lo alto.
Vuela al encuentro del niño
que ha entregado el corazón.
XII
Se encontró al borde del camino
un pedazo de ala.
La guardó en un bolsillo
pensando que así
jamás se escaparía
el cielo que le habían prometido.
Al llegar a casa a mostrársela a mamá
descubrió el bolsillo roto.
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