XXV
Despojos que van quedando
Por las calles
Abrigándoles su desnudez
Cemental
Como si hojas de otoño
Como si ojos caídos de los árboles
Que miran sin que nadie los vea.
Son los mendrijos.
XXVI
Vagamente en el recuerdo de la casa
vuelven los escalones de la vieja escalera.
En cada crujido guardan
pasos lastimosos
derramados
recordándole que la vida
era un solo gemir de espirales en ascenso.
XXVII
Ventanal redondo
ojos hambrientos
buscan las infinitas
formas
y colores
de un calidoscopio.
Agujero pasajero
nunca inmóvil
devuélvele el sonido que
le han robado a sus sueños.
XXVIII
Era la lámpara nocturna
roja
saliendo por rendijas de la puerta
asomando apenas su silueta
el ojo de la casa que no dejaba nunca
de mirarla.
XXIX
Fue guareciendo sonidos
letras deshilachadas
que no encontraban su frase.
Fue llenando de celdas y candados
palabras que de tanto repetirse a la sombra
se quedaron afónicas.
XXX
Las murallas de barro
sólo hablaban de frío
los sonidos del patio
sólo hablaban de frío
las palabras
la madre
sólo decían
frío
los incendios del padre
no eran sino sombras
que arrancaban del frío.
Y sus pasos
de pronto escamados
sufifrientes
puestos a entibiar en espejismo
en la hoguera de un río.
XXXI
Escondida en el closet
a oscuras
acunada entre abrigos
encuentra en la frescura de esos dedos colgantes
misteriosos
una caricia derramada.
XXXII
La buhardilla
era el ojo redondo
que la dejaba ver
el mundo
más allá del invierno infinito
húmedo y afónico.
XXXIII
La casa tenía el subterráneo
que nunca había que bajar
en la hora de la siesta
cuando todas las cosas parecían dormir
y vigilar con un ojo semi abierto
pasos perdidos que llevarse
y dejar encarcelados.
XXXIV
Aguaceros de noches sobre su cama
repiqueteo incesante sobre el techo de zinc
pasos sonámbulos en sueños
tratando de alcanzar la manilla de la puerta
y el tic tac de un reloj
que está siempre atrasado
cuando por la mañana es siempre demasiado tarde
demasiado.
XXXV
Entendió que las lágrimas
no debían asomar su niñez.
Con el tiempo
se ahogó en los ríos que inundaron su ciudad.
Y quedó invisible.
XXXVI
Vino el asombro.
Como ese que de niña
vio venir un globo azul
por las calles del barrio.
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