Poesía de
Nicole Lafourcade

  

Copyright - Nicole Lafourcade

 

Nicole Lafourcade

Mendrijos

 

XXV

 

Despojos que van quedando

Por las calles

Abrigándoles su desnudez

Cemental

Como si hojas de otoño

Como si ojos caídos de los árboles

Que miran sin que nadie los vea.

 

Son los mendrijos.


 

 

XXVI

 

Vagamente en el recuerdo de la casa

vuelven los escalones de la vieja escalera.

En cada crujido guardan

pasos lastimosos

derramados

recordándole que la vida

era un solo gemir de espirales en ascenso.


 

 

XXVII

 

Ventanal redondo

ojos hambrientos

buscan las infinitas

formas

y colores

de un calidoscopio.

 

Agujero pasajero

nunca inmóvil

devuélvele el sonido que

le han robado a sus sueños.


 

 

XXVIII

 

Era la lámpara nocturna

roja

saliendo por rendijas de la puerta

asomando apenas su silueta

el ojo de la casa que no dejaba nunca

de mirarla.


 

 

XXIX

 

Fue guareciendo sonidos

letras deshilachadas

que no encontraban su frase.

 

Fue llenando de celdas y candados

palabras que de tanto repetirse a la sombra

se quedaron afónicas.


 

 

XXX

 

Las murallas de barro

sólo hablaban de frío

los sonidos del patio

sólo hablaban de frío

las palabras

la madre

sólo decían

frío

los incendios del padre

no eran sino sombras

que arrancaban del frío.

 

Y sus pasos

de pronto escamados

sufifrientes

puestos a entibiar en espejismo

en la hoguera de un río.


 

 

XXXI

 

Escondida en el closet

a oscuras

acunada entre abrigos

encuentra en la frescura de esos dedos colgantes

misteriosos

una caricia derramada.


 

 

XXXII

 

La buhardilla

era el ojo redondo

que la dejaba ver

el mundo

más allá del invierno infinito

húmedo y afónico.


 

 

XXXIII

 

La casa tenía el subterráneo

que nunca había que bajar

en la hora de la siesta

cuando todas las cosas parecían dormir

y vigilar con un ojo semi abierto

pasos perdidos que llevarse

y dejar encarcelados.


 

 

XXXIV

 

Aguaceros de noches sobre su cama

repiqueteo incesante sobre el techo de zinc

pasos sonámbulos en sueños

tratando de alcanzar la manilla de la puerta

y el tic tac de un reloj

que está siempre atrasado

cuando por la mañana es siempre demasiado tarde

demasiado.


 

 

XXXV

 

Entendió que las lágrimas

no debían asomar su niñez.

 

Con el tiempo

se ahogó en los ríos que inundaron su ciudad.

 

Y quedó invisible.


 

 

XXXVI

 

Vino el asombro.

 

Como ese que de niña

vio venir un globo azul

por las calles del barrio.