Poesía de
Nicole Lafourcade

  

Copyright - Nicole Lafourcade

 

Nicole Lafourcade

Mendrijos

 

XXXVII

 

Una vez al año

vuelve la primavera

e intentar alcanzar un pedazo de cielo

y el algodón de la nube

en el volantín después del vuelo.


 

 

XXXVIII

 

Al final del día

harina tostada

agua

azúcar

la cuchara revolviendo en el tazón

y los ojos en silencio

sonriendo el festín.


 

 

XXXIX

 

La mañana del primer día de clases

queda todavía el rocío del campo

y la montaña

abrazado a la almohada.


 

 

XL

 

Miedo en medio de la noche

escondido

bajo sábanas

aprieta puños y ojos.

 

Llega el consuelo

en el canto de un grillo.


 

 

XLI

 

Un niño

de calcetines amarillos

corre empujando la carretilla.

 

Adentro

el volantín roto.


 

 

XLII

 

La casa del subterráneo

oscuro

húmedo

tenía una cerradura

y un candado

pero por más que buscaron la llave

jamás apareció.

 

Yo conocía

la entrada secreta.


 

 

XLIII

 

En algún lugar del bosque

una piña rodando.

 

Se acerca a recogerla

se huelen, se acarician.


 

 

XLIV

 

El insecto que encontró

esa mañana

en la pared

era de patas tan largas

que debió enredarse

entre los granitos

de cemento.

Iba vestido con una

túnica azul.

 

 

Al volver del cerro

por la tarde

ya se había ido.


 

 

XLV

 

A veces en descuido

veo su sombra pequeñita

pisándome la mía

un poco triste

me toma de una mano y quiere devolverme

no sé a dónde

yo le hablo en silencio

y a pesar de sus lágrimas insistentes

trato de explicarle que ya me fui por el camino

que soy otra

que no la necesito

que la recuerdo y la guardo con ternura

pero que por favor deje de seguirme para todos lados

como aparición.

 

No hay modo de hacerla entender

me sorprende por la espalda

siempre en los momentos mas inesperados

porque sabe que esa puerta sigue abierta.


 

 

XLVI

 

Guardaré para siempre tu voz

cuando tus ojos de asombro permanente

se posaron en los míos

y me llamaste sin querer “mamá”

 

Guardaré luego tu rostro

pequeño

confundido

y mis lágrimas por no poderte responder.

 

Guardaré también secreto

el querer llamarte “hijo”

Y así

nos guardaremos para siempre

sin voz.


 

 

XLVII

 

Eras el príncipe de los mendigos

Y reinabas entre tu ternura

Y los golpes que recibías por los otros.

 

Eras todo tú por tus hermanos

Fuerte y frágil

Oro y plata

 

Y cobre

 

Eras aún el príncipe

cuando te conocí y me regalaste

toda esa canción sin palabras

que entendí como un llorar feliz y en compañía.

 

Serás siempre ese príncipe

te llevaré encumbrado

y en silencio te defenderan las nubes.


 

 

XLVIII

 

Como huracán

Entraste así por la ventana

Despeinándonos la vida de aire fresco

Con el derecho a amar y a ser amada intacto

Y tus ojitos llenos de ansiedad cantora.

 

Como huracán que prueba con toda su fuerza

Hasta encontrarse en esos brazos que lo calmen.

 

Y aquí estamos

y estaremos

como guardianes de tu vida en bandolera

con los ojos y el aliento abiertos.