REFLEXIONES PARA LA CABALGATA


Tuve un sueño impactante. Soñé que bajando las escaleras de uno de los
tantos cerros que vigilan la cadencia marítima de Valparaíso, a plena luz
del sol, me encontraba un libro cuya procedencia era inexplicable. Era un
libro de tapas duras trabajado a la antigua. Sus páginas tenían aspecto de
papiro, y de ellas emanaba un perfume con sabor a mar, a caleta de viejos
pescadores. Me sentaba sobre una piedra azul, al costado de la escalera.
Desde ella se veía como el horizonte se despeñaba hacia el cielo brillante.
Abajo, en las calles de Valparaíso, la gente circulaba vestida de multiples
colores balanceándose en el viento salado de la mañana.

Al abrir el libro, vi escrito en su primera página unos símbolos en tinta
perenne. Me pareció que la grafología debía ser hebraica, pero al observar
con más detención, parecía ser árabe. Probablemente no era ninguna de las
dos. Leer aquellos símbolos, que también continuaban en las páginas
siguientes, y que más y más me iban pareciendo símbolos matemáticos, o como
mínimo, expresiones literarias escritas en un lenguaje alquímico, me
producía una sensación músical, no una sensación literaria. Al despertar,
esta sensación músical me siguió, hasta el día de hoy, dando vueltas en la
cabeza.

Hace 40 años que creo que soy escritor. Escritor en teoría, claro está.
Pero hace poco me enteré de que no soy escritor, razón suficiente para
explicar el hecho de no haber visto aún nada publicado. Soy más bien
músico de la literatura. Mis libros están escritos en la mente. A veces la
punta del iceberg asoma, reflejando el sol de la mañana en los ritmos de la
alegría. Mi lápiz quedó enredado en los párrafos temblorosos de las ideas
que fueron demasiado largas para ser escritas. Y sin embargo he dejado
escrito, de alguna manera, esta música misteriosa como el sueño en el
mármol inesperado de la memoria del mundo. Así que recordando ahora,
intento viajar por los innumerables pasillos y senderos que conducen de una
estrella a otra, para deshacerme de mis posesiones secretas, más bien, para
desligarme del sentido innato de posesionarse del cosmos que viene escrito
en la frente humana. Como tratar de desligarse del pecado original.

Ese fue nuestro pecado: alienarnos de la conección de alma a alma, de ser
a ser, abrazo sólo posible en el Paraíso. Hemos cambiado el SER por el
POSEER, que no es lo mismo. Y hemos entrado de lleno al misterio de la
muerte, y al misterio de la vida temporal.

No existe una buena explicación que no encierre un misterio proporcional.
Si nos autoconsideramos un elemento esencial en la explicación del mundo,
entonces caminamos al borde del precipicio entre el día y la noche, entre
la realidad y el sueño, de aquel misterio que, en forma simultánea, nos
encierra y nos explica a nosotros mismos.

De cierta manera, una explicación del mundo no es sino una metáfora de la
realidad, una metáfora escrita en las circunvalaciones del cerebro, en el
lenguaje de las imágenes, de las abstracciones, de los aromas que invaden
nuestra conciencia en su forma metafísica. Así, una explicacion de nosotros
mismos es, a la vez, nuestra propia metáfora.

Es como ir cabalgando al borde del crepúsculo, o en el límite exacto entre
la luz y la sombra del destino. Vivimos en esa incierta superficie que
separa la palabra de la imagen. Somos como figuras danzando sobre un
espejo mágico, espejo que refleja lo objetivo en lo subjetivo. Y
vice-versa. Esta dicotomía entre lo objetivo y lo subjetivo es, me parece
a mí, producto directo de la alienación que tenemos con el mundo natural.

Existe entonces, según esta lógica, un entorno tal vez imaginario, donde lo
que existe no es Ni objetivo Ni subjetivo: es un entorno íntimo, que define
una simetría fundamental de la existencia. De nuestra existencia. ¿Cómo
explicar sino que la mente humana haga tantas realidades distintas de una
misma cosa?

Es como aquel embrujo del día
que no fue el alba abriendo sus ojos claros en el mar

ni fueron las caricias tenues de los cerros cabalgando en su silueta
hacia el horizonte aledano a la luna

ni fue el rodar del sol a mediodía madurando
en las uvas del valle donde nació el vino

ni fue tampoco la tarde que alargó sus manos hacia el confín de la tierra
donde nacen día a día inalcanzables distancias

Porque el embrujo del día fue en realidad
la noche entregada al murmullo milenario de la vía lactea.

Esa noche que derrama su melena de diamantes finos
como luz que cae en el entarimado de un teatro místico.



La comedia viene envuelta en la tragedia... y más allá del límite interno
del alma, está obscuro como el temor nuestro a ser autores reales de
nuestros sueños recónditos.

Que haya muerto mi hermano, sorpresivamente, fue el primer empellón firme
que la vida me dió. Aún estoy tratanto de comprender el significado de ese
suceso. Y de otros similares.

Hasta ese momento, a los 15 años, siempre creí que la vida era como un
paisaje claro, transparente, generoso, preciso, especialmente PRECISO,
donde es imposible perderse, o siquiera dudar: o se sabía todo, o no se
sabía nada.

Pero desde entonces, las sorpresas que fueron asaltando el caminar por mi
vida, y que a menudo quise creer que eran producto de casualidades
provocadas por el azar de los movimientos moleculares, o tal vez por la
curvatura de los rayos cósmicos, han venido a constituir una de las piedras
fundamentales en la construcción de la mentada "explicacion" (privada) del
universo. Sorpresas.

¿Quó puede ser más SORPRESIVO que la muerte súbita? ¿Y qué puede ser más
UNIVERSAL en el derrotero de la tragedia humana, que la agonía y que la
muerte?

He llegado a creer que de alguna manera la muerte personal, aunque sea un
hecho privado, es también un hecho universal. Que de alguna manera mística,
todos morimos cuando una persona muere, y para guardar el sentido simétrico
del mundo, todos nacemos cuando una persona nace. La antigua sabiduría
china, o sea, no la nueva, afirma que nuestra vida gira en una rueda. Todos
vamos girando en esta rueda de la fortuna o del destino, pero en distintas
posiciones. Pero la gran simetría de la rueda hace que todos estemos
detenidos al centro: sólo seremos libres cuando todos seamos libres.

La dualidad en los sucesos prácticos y teóricos pasó a ser uno de los
fundamentos del misterismo. Misterismo: la filosofía que reconoce al
Misterio como parte insoslayable del conocimiento.

Las experiencias nos significan distintas cosas, aunque sean las mismas
experiencias. Y una misma experiencia se da en distintas formas. En
infinitas distintas formas y maneras. ¿Cómo no reconocer que al mismo ritmo
cabalgan estos dos jinetes: la unicidad de cada ser en su intimidad, y la
universalidad de cada ser en su raza? En lo material se cumple
incesantemente la unicidad, y en lo abstracto se cumple la universalidad.

Ahí nace un misterio: somos esencialmente diferentes, distinguibles,
íntimos... pero vivimos simultáneamente en la universalidad del Homo Sapiens.

Todas estas reflexiones me han llevado de vuelta al sueño del libro. Como
si en aquel libro se encontrara la cábala misma del ser. Como si aquel
libro intentara explicar el Juicio Final. Aquel Juicio inapelable, íntimo y
universal donde se desentraña el bien del mal, donde se procede a degustar
el sabor último de la cazuela y del vino tinto, y a comparar tales
delicadezas del paladar metafísico, con el sabor último de la mierda,
otro plato fabricado en la gran cocina de la historia humana.

   

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