Copyright - Alyson Carter
Alyson Carter

 

El Espíritu Santo
(concluye)

 

Estela, después de ayudar a la abuela, salió al patio y se sentó en una silla de playa reclinada. Vestida en shorts y con una polera liviana, pasó por la sala ante las miradas pícaras de los hombres y despectivas de las mujeres, que aún murmuraban algo de la alfombra mojada. Armando y Gloria habían terminado de colgar la ropa, y Estela los invitó a sentarse a su lado un rato. "Siéntese usted, mi ñata", respondió el abuelo, "yo voy a ir a buscar el postre que nos está preparando doña Concepción, pos quedé de ir ahorita". Gloria se tendió en la otra silla de playa, llevándose las manos a su enorme vientre.

"¿Cuánto tardaste en aprender a hacer estas sillas? Fue después de la irracional, cuando te fuiste a Mazatlán, ¿cierto?"

La "irracional" era la forma en que Estela y Gloria se referían a la fallada fiesta de bodas. Todos los demás la llamaban "el festejo" o "la bodaza del abuelo". La ocasión había alcanzado proporciones épicas en la fantasía de algunos, que juraban que el ejército mexicano había llegado a las puertas de San Diego. Sólo Gloria y Estela convenían en que haber preparado celebraciones había sido una total irracionalidad del momento, dadas las circunstancias.

"No, niña, eso fue después de la tercera deportación, cuando me fui a Mazatlán. Las sillas las aprendí a hacer después de la cuarta, en Cabo San Lucas".

Gloria había sido deportada cuatro veces, y cada vez, antes de cumplirse el año, estoicamente regresado a casa de su esposo. Dicen que la cuarta vez la noticia, incluyendo la bodaza del abuelo, había llegado a oídos de Betita Martínez, y que la propia Betita se había referido en público al caso del abuelo Armando, la Gloria y el niño Jesús, discursando en una universidad de gran reputación, pero nadie ha podido verificarlo.

"¿Estuviste en Cabo San Lucas? ¿Y por qué no te quedaste, cuatita?"

"Bueno, pos al comienzo yo no conocía nadita de México, sólo la zona caliente entre Mexicali y Ciudad Juárez, que es casi puro desierto rocoso y pueblos chicos. Mi madre murió cuando tenía doce, y mi padre se iba por meses a la vez, quedando los cuatro nosotros a cuidado de mi tía abuela. Cuando cumplí quince, ya mis tres hermanos se habían marchado, y mi padre no regresó más. Pos por eso me fui antes de llegar a los diecisiete. Yo creía que todo México era igual, rocas y desierto".

"Pero estuviste en Mazatlán, y después en Cabo San Lucas. Yo que tú me quedo".

"Ay, pero ya conocía al abuelo Armando, y estábamos esposados, y hasta teníamos nuestro trato. Aquí mismito me corresponde. Cada uno tiene su lugar en el mundo, ¿no te parece?

"Pos si te parece a tí".

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La última vez, Gloria había llegado en primavera, junto con un grupo de cosechadores que esperaban la ocasión para cruzar en Tijuana. La migra ni los molestó. En lugar de irse directamente a San Esteban, se había unido a las faenas de cosecha. En la noche trabajaba cocinando para los faenadores. Tres meses bastaron para juntar algo de dinero, y escabullirse una mañana temprano en dirección a San Diego.

En San Esteban, el abuelo Armando había preparado todos sus cañones para esperarla, incluyendo la contrata del mejor abogado de la zona, con dinero contribuído por la familia y los amigos. Por consejos del abogado, pensaba hacer que Gloria se presentara esta vez a inmigraciones por cuenta propia, antes de que la aprehendieran ellos. Pero no más hubo llegado la joven, cambió de idea, desaconsejado de tal propósito por casi todo el vecindario y la familia. La muchacha había logrado obtener un documento viejo con su nombre y datos de nacimiento, y haciendo uso de este, privadamente y sin alardes, volvieron a esposarse. Para hacerlo organizaron un viaje al estado de Nevada, para no encontrarse con alguna sorpresa burocrática debido al matrimonio anterior, que ni el mismo Dios sabía si era válido o inválido, pues cada funcionario público daba una versión distinta. El niño Jesús todavía estaba con el viejo, sin que nadie supiera que había ocurrido con sus padres, y asistió a la ceremonia con su mejor traje dominguero. Subieron hacia el norte por Arizona, para evitar los controles ruteros. No tuvieron dificultades y regresaron felices. Armando, como parte de su preparación cuando la esperaba, había tomado algunas medidas de orden físico. Se había unido a un grupo de marchadores de la tercera edad, para caminar y hacer ejercicio, comprado unas raíces chinas para estimular extremidades, y tomado varios baños de algas calientes, que se decía obraban maravillas. De alguna forma se sentía renovado a pesar de los ochenta años a cuestas. En una vieja hostería hispana de Arizona, cerca del límite con California, se detuvieron a pasar la noche y refrescarse. Después de la ducha, el abuelo Armando le anunció a la Gloria que estaba "listo". "Ándale Armando, ya era hora". Esa noche se consumó el matrimonio. El niño Jesús dormía tranquila y profundamente.

Al abuelo se le ocurrió que si su moza quedaba esperando, entonces ya no cabría duda de la sinceridad del matrimonio. Lo conversó con Gloria, que estuvo de acuerdo. De vuelta en San Esteban se lo preguntó al abogado, quien le respondió que efectivamente un bebé nacido en Estados Unidos ayudaría mucho a Gloria, pero que la ciencia había llegado al punto de poder determinar la paternidad antes de que naciera el bebé, y de ser apresada la mujer ilegal mientras estaba embarazada era posible que le exigieran prueba de paternidad. Por un mes la pareja estuvo a la espera del resultado de la consumación. Desgraciadamente fue negativo. Ambos decidieron tratar nuevamente, pero al abuelo las ganas le venían una vez cada dos meses, y no necesariamente en los momentos más aptos para la concepción. Por otro lado, Gloria le recordó el trato, el que no había puesto en práctica por no arriesgarse a quedar encinta de otro hombre, pero que su cuerpo de mujer joven iba necesitando cada vez más. Armando consultó privadamente a la partera, la misma que fue testigo en el primer casorio, que era mujer muy sabida en estas materias y su amiga íntima. En verdad tan íntima, que sus últimos cuetazos los había tenido con ella, años antes de la aparición de Gloria. Ana María, la mujer en cuestión, tuvo una idea, e inmediatamente hizo un encargo a México, a unos primos en Hidalgo del Parral.

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El encargo fue traído por Pablo, un cuate de Rosario, en Baja California. Pablo, de unos veinticinco años, hacía tres años había establecido una forma nómade de vida, viviendo en tres ciudades distintas de acuerdo con la estación del año. A mediados del otoño llegaba a Hidalgo del Parral, donde se quedaba hasta casi finales de invierno, trasladándose entonces a Rosario. Al entrar la primavera pasaba ilegalmente en los alredores de San Diego, a trabajar en las cosechas de las haciendas del lugar. Apenas empezaba el otoño y las redadas de la migra, antes de que lo tomaran, se retiraba de vuelta a Rosario, tomando un par de semanas de vacaciones temprano en Octubre, y de allí otra vez a Hidalgo del Parral, donde también lo esperaba un trabajo.

Los artefactos misteriosos traídos por Pablo habían sido inventados por parientes de Ana María en Hidalgo. Gloria no había sido informada aún del plan, a la espera de que llegasen los artefactos. Entre Armando y Ana María le explicaron. Para su ejecución se necesitaba un "voluntario", a gusto de Gloria. La joven eligió a Pedro, el sobrino-nieto de Armando, y el mismo abuelo le avisó, con un fuerte tono de que más le valía no desperdiciara la oportunidad, y ni una palabra a nadie.

Pero como Pedro se demoraba a causa de sus compromisos en el norte, la propia Gloria propuso que empezaran con el cuate Pablo, quien no tuvo objeción alguna. Desde ese momento, Pablo se trasladó al bungalow, lugar que estableció inmediatamente como su morada habitual de paso durante su estadía en San Diego. Durante primavera y verano se le permitía dormir con la Gloria, aunque con los calzoncillos puestos, porque los intercambios tenían que ser estrictamente controlados hasta producir el resultado esperado.

Durante los extremos del ciclo lunar de Gloria, los amantes debían aguantarse. Pablo trató en más de una oportunidad indebida de llegar a la Gloria, pero ella, imperturbable, no le dejaba bajar de la cintura cuando no tocaba el turno. En los cinco o seis días alrededor del punto medio, llegaba Ana María a dormir con el abuelo. Durante la noche la partera llevaba un frasquito con un líquido blanco de una pieza a la otra. Como obtenía el líquido sólo lo saben ella y Armando. En esas noches se escuchaban los estertores del amor procedentes del segundo cuarto. El niño Jesús tomó la costumbre de sentarse al ladito afuera de la puerta del cuarto, a escuchar. La partera había querido en comienzo sacarlo de allí, pero el abuelo la convenció de que no hacía ningún daño, y que él mismo le había explicado que Pablo estaba ayudándolo a fabricar un hijo con la Gloria. Jesús ya sabía que si Ana María se quedaba, era noche de ritual, y apenas el frasco era llevado a destino se sentaba calladito en el suelo, con su espalda apoyada en la pared. Pero ese año no hubo cría, a pesar de cuatro meses de actividad febril cuando la luna crecía. Llegado el otoño Pablo debió partir. La tarea recayó sobre Pedro, porque Gloria no aceptaba a ningún otro. A partir de octubre, Pedro llegaba por tres noches al mes, porque más no podía a causa de su trabajo en el norte, a compartir lecho con la Gloria. El ritual correspondiente se repetía. Pedro, a quien Armando había tenido en sus brazos a los minutos de nacer y por ende adoraba al viejo, no intentó nunca sobrepasarse, siguiendo puntualmente las instrucciones. Jesús rezaba junto a la puerta, y cerrando sus puños exclamaba, ¡dale, manito, hazle un hijo al abuelo".

Así pasaron casi dos años, sin que la Gloria lograra concebir. Pero no importaba tanto, porque la mujer había recuperado su trabajo en el boliche, cocinaba dos noches en un restaurante, y cuatro o cinco en casa, se había integrado a la vida del lugar, y se sentía feliz. Con el correr del tiempo había ganado enormemente en astucia, la migra ya no la cogería tan fácilmente. También se había ido haciendo amiga de la familia de Armando, llegando a ser considerada parte de la misma.

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Una tarde a mediados del mes de octubre, el cuate Pablo se había retrasado en partir, y Pedro llegó a cumplir sus deberes, que según él ya le tocaba. Los dos hombres se miraron toda la tarde con recelo, a la espera de quien iba a ser el escogido. Gloria, confundida por tener que tomar por primera vez tan delicada decisión, se fue a acostar temprano, fingiendo mareo. Los jóvenes se enfrascaron en una discusión que comenzó suave pero fue tomando coraje, dispuestos a disputarse la Gloria a puñetes si fuese necesario.  El abuelo y la partera se retiraron al cuarto principal, porque había que producir el líquido correspondiente, y no deseaban intervenir en la disputa. Cuando los primeros piñazos habían sido tirados en el patio, el niño Jesús, que ya no era tan chiquito y con el correr de los meses se sabía el proceso con lujo de detalles, exclamó casi gritando "y qué si tomaran turnos". Los dos hombres detuvieron su disputa. "No, la Gloria no aceptaría" dijo uno. Pero Gloria, que desde un rincón de la ventana de su cuarto, que daba al patio trasero, seguía agazapada el devenir de los acontecimientos, gritó a su vez, "bah, y por qué no".

Durante tres noches la Gloria recibió su cuota por partida doble. Al cuarto día los dos hombres partieron. Seis semanas más tarde ya no cabía duda, la Gloria había concebido. Naturalmente que quedaba aún la confirmación decisiva, que con tanta actividad no hubiese ocurrido un accidente y el padre fuera uno de los jóvenes. El doctor aseguró que a partir del cuarto mes él podía descifrar ese enigma, pero antes era peligroso para el feto. No quedó más remedio que esperar.

Una tranquila noche a comienzos de febrero, sucedieron dos milagros. Poco antes de las doce tocaron la puerta, era el doctor, que traía los resultados. También traía una botella de champagne, y los tres moradores soltaron un grito de alegría al verla. Minutos más tarde, mientras el médico explicaba que con noventicinco por ciento de probabilidades y patatín patatán, mareándolos a todos con tanto número, volvió a sentirse un golpe en la puerta. Los cuatro miraron sorprendidos, no esperaban a nadie, y la visita del doctor se había acordado con mucha discreción. El abuelo se levantó a abrir la puerta. Al hacerlo quedó mudo. "¡Milagro!", gritó por fin, abrazando efusivamente a la pareja parada en la puerta. Eran los padres de Jesús.

A fines de mes se presentó el abogado de Armando a la oficina de inmigraciones, con una carpeta gorda en la mano. No sólo llevaba la nueva acta de matrimonio y los resultados de los análisis médicos del embarazo, sino que un sin número de referencias, cartas de recomendación, fotos, peticiones, firmas, y recibos de los pagos de impuestos. Había que presentar un caso sólido, porque Gloria disfrutaba de cuatro deportaciones en su fichero. En marzo pasaron a la corte, y el nuevo honorable dictaminó que al nacer el bebé se le haría un nuevo examen de paternidad, que de ser positivo, el Servicio de Naturalización e Inmigración comenzaría de inmediato los procesos de residencia permanente de la mujer, y de ser negativos se abriría un nuevo proceso en seis meses más. Mientras tanto, se le daría residencia condicional por tiempo indefinido. Esta vez el dictamen sí equivalía a una victoria.

Armando era constantemente receptor de bromas por partes de la familia. Cuando llegaban a preguntarle, "caray, abuelo, ¿y cómo hizo eso, a su edad?" el viejo siempre respondía, "el espíritu santo, hermano, el espíritu santo". Pero sólo él, don José Armando Salinas, el "abuelo Armando", su esposa Gloria, y sus cómplices, Ana María, la partera, Pedro y Pablo, los amantes, y el niño Jesús, sabían el esforzado proceso que había conducido al milagro, la concepción de Espíritu, como pensaban llamarle, tanto si era varón como si era hembra.

Esta noche de abril, sentados por fin en la mesa de la cocina-comedor, la familia alzaba sus copas, con permiso de Jesús por ser viernes santo, para celebrar el milagro.


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PROSA CABALGATA POESÍA