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Marta Concha


Una Historia de Amor - Continuación (termina)

    

Y...

Emilio olvidó sus blasones, su enseña de serio, honesto y responsable y se dedicó con mucha alegría a cambiar los paquetes de billetes viejos por paquetes de billetes de papel de diario que fueron al incinerador y esta millonada la lanzó de nuevo a la circulación.

Así empezó el baile de los millones, ya que la bolsa de Emilio era inagotable. Y con qué desprendimiento...

El Club no sabía a que santo encomendarse por haber encontrado un tal Presidente que tenía la magnificencia de un Lorenzo el Magnífico. Se contrató jugadores buenos y probados, de esos cuya contratación iba más allá de los siete dígitos, se le aumentó el sueldo a los jugadores actuales, a los entrenadores, a los kinesiólogos, hasta los camilleros que sacaban a los contusos tocaron su parte, se establecieron primas para toda clase de acrobacias en la cancha. Ahora que decir por los tantos obtenidos.... El club comenzó a remontar la pendiente.

Emilio ascendió de la categoría de Presidente a la de Dios Omnipotente y Todopoderoso ya que su generosidad se extendió a los problemas de la gente que componía su Club. No había quién no tuviera un problema que no se acercara a Emilio y a su bolsa pues ésta era inagotable. Financió; enfermedades, operaciones, matrimonios y hasta entierros, pasando por pagos atrasados de cuentas de electricidad, compras de zapatos para niños, pagos de matrículas escolares, todos acudían a la fatrilquera de Emilio que no tenía fondo. Para los familiares de los jugadores del equipo, Emilio era todo y si miramos bien los acontecimientos a la categoría fue un Robin Hood de la época contemporánea.

Pero en el Banco los tic tac de la relojería administrativa contable continuaban funcionando y su ejército de funcionarios de carrera administrativa sin tacha, ni siquiera un rojo en la tarjeta de asistencia que indicaría un ligero atraso en la hora de llegada, continuaban con su labor, inclinados en los grandes libros, con las manguillas brillantes por el uso. Nadie descubría nada.

Hasta que el rodaje de la máquina llegó a las manos de Edelberto Gogoy, inquisidor acusioso que usaba anteojos y terminaba su cara en un ángulo como de ratón. Empezó sus cálculos y descubrió con asombro que el dinero circulante era mayor que el dinero emitido legalmente. Fue en verdad una hazaña tomando en cuenta que por aquella época aún no existían las computadoras o si las existían estaban en pañales. Pero los controles del banco eran tan estrechos que suplían con creces a las computadoras.

Godoy era serio, honesto y cumplidor, y no cejó hasta descubrir, primero la falla y luego que era lo que la determinaba.

Godoy no podía creer lo que la situación indicaba, pero todo apuntaba a Emilio Arrigorrieta. -- No es posible -- se decía, -- todo un caballero intachable -- Pero los hechos son porfiados y se impusieron. Todo quedó al descubierto.

A pesar de las poderosas protecciones con que Emilio contaba, no hubo forma de ocultar lo que estaba sucediendo y tuvieron que enfrentar los hechos tal como eran y el asunto pasó a la policía.

La prensa olfateó la presa y se lanzó encima. Sobre todo los diaruchos chicos, con escasa circulación ya que un tipo con apellidos con erres era justamente lo que necesitaban algunos para engrosar sus menguadas ventas.

Pero Emilio no fue habido cuando la policía lo fue a buscar, se volatilizó y junto con él se volatilizó también su secretaria la srta. Alicia Pérez.

El desaparecimiento de Emilio, si bien se mira, no tenía nada de extraordinario, era lógico. Pero que conjuntamente con él desapareciera su secretaria, el asunto tomó un nuevo cariz. El escándalo tomó proporciones. Estafa, habían declarado en un principio los preclaros hombres de derecho ya que ni siquiera se podía hablar de malversación de fondos, término más sofisticado de delito de menor envergadura que estafa. Y a esta espantosa cosa se sumaba otro elemento. ¡ Escándalo amoroso!

¡Se arrancó con la secretaria! fue el titular más moderado que apareció en la prensa. Las ventas de la prensa amarilla doblaron o triplicaron su tiraje ya que el país entero se lanzó a averiguar quien era esta, ahora famosa, Alicia Pérez.

Su club de fútbol no le quedó más que decretar un minuto de silencio ya que el tiempo de bonanza no fue del largo suficiente para permitir al club remontar al olimpo y debieron licenciar a los condottieros que no despliegan su arte si no hay gita de por medio y el club comenzó el descenso hacia los lugares de los que provenía. Con la muerte en el alma, es preciso decirlo.

De Laurita, jamás se supo nada, también se volatilizó. Cerró su puerta y sus ventanas y nadie pudo ni siquiera verle el rostro. Los buitres y comedores de carroña tuvieron la decencia de dejarla tranquila. Los paparazzi aún no hacían su aparición. Bien era otro tiempo y las cámaras fotográficas un elemento no disponible para cualquier pelafustán, y ni que hablar de los zooms y otros elementos sofisticados que permiten espiar a los notables.

Pero la persecución continuaba a tambor batiente, a lo ancho y a lo largo del país. Este paisito con las cosas financieras no juega. La honorabilidad es cosa muy seria sobre todo cuando los hechos no se pueden ocultar y los enjuagues saltan a la palestra pública y sobre todo que Emilio no abrió cuentas en Suiza o en algún otro respetable país que lo podrían haber salvaguardado. Todo, pero todo, lo invirtió en su Club de Fútbol.

Eso se vió muy claro en el momento en que Emilio y Alicia fueron aprehendidos un día cualesquiera, cuando aviones que sobrevolaban la cordillera, pues se esparció el rumor que Emilio y Alicia había partido a buscar refugio al país vecino, los descubrió tratando penosamente de atravesarla, a pie y sin ningún recurso.

Ellos no se defendieron, eran gente de paz. Fueron arrestados y juzgados. Los cargos contra Emilio fueron grandes. Fraude fiscal que por un pelo no es condena de muerte. Eran otros tiempos... Y fue condenado a varios años de prisión y Alicita a otros tantos, menos que los de Emilio, por supuesto , pero la complicidad también tiene sus codicilos entre los tratados legales.

Emilio y Alicia entraron en el otro mundo, en el mundo interlopo que también tiene sus códigos. Entraron por la puerta grande ya que este mundo los recibió con los brazos abiertos. Emilio, de partida perdió sus apellidos de dobles erres para tranformarse en el don Emil, caballero muy respetable y la señorita Alicia Pérez pasó a ser simplemente la Alicita.

Continuaron amándose, a la distancia, amor que sobrepasó esta inmensa prueba y que los unió con más fuerza que un vínculo legal. Los socios de su Club tampoco lo olvidaron e hicieron una organización de apoyo para ámbos y eran verdaderas romerías las que se efectuaban tanto en la cárcel de mujeres como en de hombres para visitarlos y prestarles su apoyo.

Un día cualesquiera un rumor se esparció en la cárcel: -- hay un traro todo de negro, con cara de cuervo que busca a un tal Gorrigorroto. ¿Quién lo conoce? Nadie se dió por aludido salvo el Pata Chueca, condenado a prisión perpetua por asesinato, que si bien es cierto era asesino pero no tonto, que es que dicen que dijo. -- ¿No será por causa don Emil? Parece que el apellido es algo así como Carrataga -- El tal tipo, que según la descripción de los reos tenía cara de cuervo, era un abogado que efectivamente buscaba a Emilio para presentarle los papeles de anulación matrimonial que había iniciado Laurita. Él, es cierto, no esperaba otra cosa, pero sufrió un golpe pues fue como la comprobación definitiva de ser expulsado de su mundo, apartado de su familia, de sus amigos, de todo lo que había conformado su existencia anterior. Y firmó sin decir una palabra los documentos que le presentó el abogado.

Toda la cárcel se puso al corriente que un abogado había venido a ver a don Emil, y toda suerte de conjeturas circulaban por los corredores, pasillos, talleres y patios de la gran cárcel. En el momento en que Emilio salía de la oficina en que se entrevistó con el abogado, la cárcel entera se inmovilizó y quedó a la espectativa. La cara que traía Emilio no auguraba nada bueno para él. Poco a poco se le fueron acercando, pero nadie se atrevía a preguntar que nueva desgracia le había caído al don Emil. Fue finalmente el Pata Chueca, junto con el Car’e Loro, que se atrevió a hacer la pregunta ¿Y, don Emil?

-- Mi mujer me pidió el divorcio.

Un gran "Ahhhh..." se extendió por la prisión alcanzando hasta sus últimos rincones. Todos opinaron.

-- La mina quere divorciarse del don Emil.

-- Pa mejol, ahora va a poder casarse con la Alicita.

Lo que sucedió efectivamente. Emilio contrajo matrimonio con Alicita Pèrez estando aún en prisión.

Y... no hicieron nunca más historia. Sólo quedó el recuerdo de su gran pecado. Pero un pecado de amor. En ella el amor al hombre, en él el amor a su Club.

El Club aún añora los tiempos de su Lorenzo el Magnífico y sigue sumido en su mediocridad. Pero tuvo su momento de gloria, ¿no?

 

PRIMERA PARTE

 


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PROSA CABALGATA POESÍA